domingo, 8 de enero de 2012

28 de diciembre de 1679



La muerte forma parte de nuestro oficio, Navegar, vivir en un barco, a veces en pésimas condiciones, las tempestades, las corrientes marinas…suponen una forma constante de jugarnos la vida. Los combates cuerpo a cuerpo en nuestros abordajes en los que muchos de nosotros resultamos heridos o incluso mutilados, el riesgo a ser capturados por las autoridades de algún país, sabiendo que nuestro destino sería morir ahorcados en alguna plaza pública o acabar en algún calabozo es un riego que corremos cada día. Sé que la ambición o la desesperación te pueden llevar a seguir este tipo de vida, en mi caso fue esta última. Me vi obligado a huir de mi ciudad, de mi país, dejando atrás todo lo que más quería. Lo peor fue dejar a mi familia, deshonrados por mi culpa, sé que mi padre nunca me perdonará ni aceptará el tipo de vida que llevo. El, que siempre se había movido por la Corte como un perfecto caballero, orgulloso de sus hijos tuvo que ver como las falsas acusaciones hacia mi persona casi me llevan a la muerte, no se tomó la molestia de comprobar si eran ciertas, le valió la palabra de un canalla de alta alcurnia. Mi madre y mis hermanos, si me creyeron y apoyaron, aunque nada pudieron hacer por mí.




Que largas son las noches en las que el rostro de mi querida Anne se me aparece tan claro y nítido como si estuviera junto a mi, puedo sentir su respiración, su risa alegre y esos ojos suyos siempre brillantes, incluso cuando su cuerpo se interpuso entre la espada de mi cruel enemigo y mi pecho, ella dio su vida por mi, sin dudarlo y entre mis brazos se fue apagando la sonrisa de sus labios hasta que me dedicó su último aliento. La furia hizo que sin arma alguna, me abalanzase sobre su asesino y acabará con su vida con mis propias manos. Sin ella ya nada importaba.



No me hubiera importado morir allí mismo, pero fui capturado y condenado a muerte, sólo gracias a la intervención de mi contramaestre me salvó la vida. Atrás dejaba mi vida para lanzarme a otra más peligrosa en la que el abordaje de barcos en busca de buenos botines se hizo mi profesión, una profesión que también llevaba el acabar con la vida de mis adversarios, nunca olvidaré la cara del primer marinero que maté, sus últimas palabras suplicando clemencia algo que yo había olvidado sumido por el odio y el ansia de venganza. Sus ojos suplicantes siempre me perseguirán.

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