domingo, 8 de enero de 2012

27 de diciembre de 1679



Tal y como imaginaba conseguimos grandes tesoros asaltando al navío inglés, mis hombres lo celebraron cenando exquisiteces de los ingleses, que aunque compatriotas no merecen mi respeto por su injusto trato, algún día demostraré la falsedad de las acusaciones de las que fui objeto y aunque mis actuales acciones no perecen ningún perdón, al menos demostraré mi inocencia. Este último año ha sido difícil, el constante huir, la vida en la nave con los hombres y la captura de barcos donde nos jugamos la vida para conseguir botines que vender y víveres para sobrevivir. Recuerdo cuando a comienzos de año, después de varias semanas sin avistar un solo buque, nos encontramos con un barco portugués, que buenos tesoros guardaba. Mereció la pena la espera conseguimos tantas cosas que llenamos nuestra bodega, fuimos hacia las islas donde siempre obteníamos buenos beneficios por lo que llevábamos. Esa noche, todos celebramos nuestra fortuna bebiendo y buscando buena compañía.




Buenos recuerdos que acompañan mis noches solitarias en mi camarote, como cuando mi buen amigo, el doctor Robinson se empeñó en que tomáramos todos un extraño mejunje que se suponía nos iba a dar fortaleza y vigor para nuestros abordajes pero lo único que consiguió fue que todos terminásemos como si nos hubiéramos bebido un bidón de ron, el pobre hombre no sabía que hacer, la única persona sobria del barco y no sabía como gobernarlo, ni que hacer con tal panda de hombre ebrios, aquello supuso motivo de burla y risas durante toda la semana, lo que nos infundió ánimo para seguir luchando contra las dificultades de la vida en el mar.




Esta noche, próxima al fin de año, parece acudir a mi memoria las buenas cosas que me han sucedido durante estos doce últimos meses. Por supuesto la mejor de todas fue cuando al ir asaltar un buque inglés, que por su línea de flotación parecía ir bien cargado y hacía presagiar un buen botín, antes de izar nuestra bandera negra con la calavera, miré por el catalejo para comprobar cuanta resistencia podríamos encontrar y allí en la cubierta se paseaba una pareja que era muy familiar para mi, pedí que nos acercáramos algo más y así pude comprobar que mi padre y mi madre iban en ese barco, hacía varios años que no los veía y aunque algo envejecidos estaban tal cual yo los recordaba. Mi madre fijó la vista en nuestra nave y por un momento nuestras miradas se cruzaron, sé que me reconoció porque disimuladamente dejó caer al mar el pañuelo que llevaba en su mano y que más tarde yo pude recuperar. Su olor todavía permanecía en él y desde aquel día siempre lo llevo en el bolsillo de mi casaca. Por supuesto no atacamos aquel barco, aunque ninguno de mis hombres pudo entender el motivo de mi negativa a llevar a cabo el abordaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario